Un Universo de posibilidades

Hay veces en la vida en que te sientes perdido. Pero no perdido como el niño que desconoce el camino y avanza con tranquilidad sin saber que se ha perdido, no.

Perdido como un viejo marino que conoce los caminos, que sabe adónde le llevan, que posee los conocimientos necesarios para transitarlos pero no es capaz ahora de encontrar la estrella Polar en el cielo, no recuerda la forma de la Cruz del Sur. Conoce todos los caminos pero ahora no sabe si se dirige al Norte o al Sur. Tiene los conocimientos necesarios, pero ha perdido las referencias. Conoce cada ola, cada viento y cada crujido de su barco, sólo que en este momento no sabe adónde dirigirlo.

En otras ocasiones me he sentido perdido pero no conocía los caminos y me lanzaba a recorrerlos con ansia y desespero, esperando que la acción, aunque fuese desesperada, me indicase la dirección correcta, el camino adecuado. Tremenda pérdida de energía, correr de un lado a otro sin objetivo ni dirección, con la única satisfacción de no estar parado sin hacer nada.

A veces en la vida te sientes perdido y no eres capaz de reconocerlo. Por eso corres de un lado a otro aparentando que sabes dónde vas, que no has extraviado las referencias. Y está bien si lo que quieres es dar vueltas sin sentido, con tal de no estar quieto y tener la oportunidad de ser consciente de lo que en realidad te ocurre. No es muy sabio navegar en círculos…, pero, eso sí, justifica que estás muy ocupado trabajando en la navegación.

También hay veces en que Tú quieres perderte y fondear tu barco imaginario en mitad del mar y observar la cadencia del paso del tiempo…, pero ahí no estás perdido de verdad; es algo buscado y premeditado. Te escondes nada más, así que no tiene el mismo efecto. Recuerdas a la perfección los mapas celestes, eres capaz de orientarte. Quieres descansar, desconectar, pero no estás perdido, sólo un poco harto.

Y quizás, sólo quizás, alguna vez en la vida sientas que no sabes hacia dónde avanzar. Quizás ocurra que olvides las referencias o ya no te parezcan válidas, y con un poco de suerte por tu parte y algo de experiencia acumulada puede que no sientas la necesidad de correr de un lado a otro para simular que sabes qué hacer.

Puede que incluso te permitas reconocer ante ti mismo:

ESTOY TOTAL Y ABSOLUTAMENTE PERDIDO.

Y en ese momento decidas anclar tu barco en mitad del mar, o en un puerto tranquilo o en una isla desierta. O quizás plantes tu silla en un cruce de caminos si eres caminante en vez de marino y te quedes allí, sereno, disfrutando por una vez de haberte perdido, de no saber adónde ir, ni qué hacer, ni hacia dónde dirigirte.

Paladeando el Universo de posibilidades que se despliega en el horizonte y permitiendo, desde la sabiduría que confiere el haber gastado mucha energía en caminos baldíos, que la acción correcta y necesaria surja por sí misma; que el timón de tu corazón encuentre por sí mismo la estrella Polar, la de siempre o una nueva, eso no es importante. Que tu brújula interna apunte hacia la Cruz del Sur por sí misma sólo porque le has dado el espacio y la calma necesarios para manifestarse.

A veces en la vida tenemos la suerte de perdernos un tiempo para así hallar el camino del Universo de posibilidades.

Te deseo días, noches, o semanas incluso, de extravío consciente en mares, caminos o desiertos y la suficiente paciencia para concederte el tiempo necesario que lleve activar esa brújula que hay dentro de ti y que sabrá guiarte en el siguiente tramo del camino.

El espía interno

Conciencia testigo.

Hay detrás de mí una sombra que no me pertenece, pero me sigue a cualquier hora. De forma disimulada miro hacia atrás para así saber si sigue ahí. Me espío.

Me espío al despertar, ese momento incierto y neblinoso, con la mente aún confusa y ocupada en memorias de sueños, rastreo todo mi cuerpo buscando confirmación de mi existencia en esta realidad.

Me espío en la ducha diaria, contrastando la sensación del agua en mi cara, el olor del jabón cuando se moja, su textura untuosa sobre la esponja, el efecto del agua en mi pensamiento.

Me espío cuando medito, persiguiendo fantasmas que me distraen, viajando a lugares que no conozco, planeando futuros que aún no existen.

Me espío cuando beso, queriendo captar el momento exacto en que mis labios presionan otra piel y analizar el cosquilleo que experimento.

Me espío cuando paseo, observando la fugaz imagen de mí misma reflejada en el escaparate.

Me espío cuando cocino, picando, probando, mezclando, cociendo y me espío pensando que nunca cocinaré tan bien como aquella a quién espío.

Me espío cuando hablo, y apunto meticulosa cada cosa que pienso y no digo, digo y no pienso, ejerciendo de inquisidora tenaz de mi locuacidad observada.

Me espío cuando escribo, y por encima de mi hombro leo mi escritura.

Me espío cuando la risa se apodera de mi ser, y mi espía alza una ceja pensando si el objeto de mi risa era en realidad tan gracioso, o quizás mi reacción haya sido un poco desmedida, mi risa demasiado fuerte, o mi carcajada inapropiada. Apunto estas observaciones en mi cuaderno de espía para poder analizarlas más adelante.

Me espío cuando acaricio a otro ser, y siento en la palma de mi mano otra piel, otro pelo…, intentando capturar la vida que hay más allá del objeto de mi observación y espionaje.

Me espío cuando camino: estira la espalda, flexiona los pies, levanta las rodillas, la cabeza alta… La espía apunta en su cuaderno dorado toda esta información que parece importante. Yo, a veces, al caer el día o al llegar la noche, abro el cuaderno y leo para que el observador que espía se sienta valorado.

Me espío cuando practico y ejecuto los pasos de una coreografía milenaria; (apunte al margen: pareces un pato mareado persiguiendo un mosquito). Me sorprende observar la forma despiadada en que me hablo a mí misma, apunto en el cuaderno dorado.

Me espío cuando pienso, y me interpelo a mí misma por pensar pensamientos que otros seres pensantes pienso que no piensan, y que no me dejan espacio para pensar en otros pensares más útiles que lo que en este momento pienso.

Me espío cuando lloro, sale agua de mis ojos y resbala por mi cara. Es una sensación rara. Los motivos no siempre son los mismos, a veces lloro de alegría, otras de tristeza, y otras sólo porque me aburro y quiero hacer algo.

Es una sensación extraña la del llanto. También se puede llorar sin lágrimas, y entonces hay como una presión en el pecho y parece que el corazón se parte. Apunte en mi libro dorado: Mensaje importante: “Llorar sin lágrimas es más doloroso. Se recomienda liberar las aguas de la tristeza, cuando el agua fluye el dolor se aquieta”.

Espiar mis emociones llena gran parte de mi jornada laboral, y conlleva  un gran gasto de energía de observación, ya que, como decía antes, no siempre las reacciones físicas se corresponden con la misma emoción y eso hace que se complique mucho el trabajo de espía.

También me gusta espiarme cuando leo, y me sorprende mucho que el mismo texto, en prosa o en verso, genere en distintas personas diferentes reacciones, o incluso dependiendo del día, se pueda reaccionar de forma diferente al mismo texto.

Mi momento favorito de espionaje es cuando escucho música; ahí se pueden contemplar oleadas de emociones que las notas provocan. La música puede transportar a estados emocionales distantes entre sí sin que haya otro estímulo. Es curioso cómo influye. Haré un capitulo en mi cuaderno dorado de espía sobre la influencia de la música en los estados anímicos.

Me espío en cada momento y observo.

Puedo sentir el sabor de la comida en mi boca; los sabores agradables a mis sentidos me provocan alegría y satisfacción, mientras que los menos agradables me provocan rechazo y repulsión.

Me sigo espiando, y voy llenando de apuntes mi cuaderno dorado de espía; el trabajo de observación de todo aquello que desea o quiere ser objeto de observación ocupa a tiempo completo la jornada para aquellos que en verdad quieren entregarse al espionaje de sí mismos.

En la total consciencia de mí misma, de mi ser y mi sentir, me espío.