Un Universo de posibilidades

Hay veces en la vida en que te sientes perdido. Pero no perdido como el niño que desconoce el camino y avanza con tranquilidad sin saber que se ha perdido, no.

Perdido como un viejo marino que conoce los caminos, que sabe adónde le llevan, que posee los conocimientos necesarios para transitarlos pero no es capaz ahora de encontrar la estrella Polar en el cielo, no recuerda la forma de la Cruz del Sur. Conoce todos los caminos pero ahora no sabe si se dirige al Norte o al Sur. Tiene los conocimientos necesarios, pero ha perdido las referencias. Conoce cada ola, cada viento y cada crujido de su barco, sólo que en este momento no sabe adónde dirigirlo.

En otras ocasiones me he sentido perdido pero no conocía los caminos y me lanzaba a recorrerlos con ansia y desespero, esperando que la acción, aunque fuese desesperada, me indicase la dirección correcta, el camino adecuado. Tremenda pérdida de energía, correr de un lado a otro sin objetivo ni dirección, con la única satisfacción de no estar parado sin hacer nada.

A veces en la vida te sientes perdido y no eres capaz de reconocerlo. Por eso corres de un lado a otro aparentando que sabes dónde vas, que no has extraviado las referencias. Y está bien si lo que quieres es dar vueltas sin sentido, con tal de no estar quieto y tener la oportunidad de ser consciente de lo que en realidad te ocurre. No es muy sabio navegar en círculos…, pero, eso sí, justifica que estás muy ocupado trabajando en la navegación.

También hay veces en que Tú quieres perderte y fondear tu barco imaginario en mitad del mar y observar la cadencia del paso del tiempo…, pero ahí no estás perdido de verdad; es algo buscado y premeditado. Te escondes nada más, así que no tiene el mismo efecto. Recuerdas a la perfección los mapas celestes, eres capaz de orientarte. Quieres descansar, desconectar, pero no estás perdido, sólo un poco harto.

Y quizás, sólo quizás, alguna vez en la vida sientas que no sabes hacia dónde avanzar. Quizás ocurra que olvides las referencias o ya no te parezcan válidas, y con un poco de suerte por tu parte y algo de experiencia acumulada puede que no sientas la necesidad de correr de un lado a otro para simular que sabes qué hacer.

Puede que incluso te permitas reconocer ante ti mismo:

ESTOY TOTAL Y ABSOLUTAMENTE PERDIDO.

Y en ese momento decidas anclar tu barco en mitad del mar, o en un puerto tranquilo o en una isla desierta. O quizás plantes tu silla en un cruce de caminos si eres caminante en vez de marino y te quedes allí, sereno, disfrutando por una vez de haberte perdido, de no saber adónde ir, ni qué hacer, ni hacia dónde dirigirte.

Paladeando el Universo de posibilidades que se despliega en el horizonte y permitiendo, desde la sabiduría que confiere el haber gastado mucha energía en caminos baldíos, que la acción correcta y necesaria surja por sí misma; que el timón de tu corazón encuentre por sí mismo la estrella Polar, la de siempre o una nueva, eso no es importante. Que tu brújula interna apunte hacia la Cruz del Sur por sí misma sólo porque le has dado el espacio y la calma necesarios para manifestarse.

A veces en la vida tenemos la suerte de perdernos un tiempo para así hallar el camino del Universo de posibilidades.

Te deseo días, noches, o semanas incluso, de extravío consciente en mares, caminos o desiertos y la suficiente paciencia para concederte el tiempo necesario que lleve activar esa brújula que hay dentro de ti y que sabrá guiarte en el siguiente tramo del camino.

La importancia del verbo ‘SOSTENER’

Mil veces he escuchado a lo largo de los años frases como estas: “Hay que tener capacidad para sostener la energía”. “Uno lo hace, pero es importante que los demás estén para sostener la energía”. “Todos somos importantes porque entre todos sostenemos la energía”…

Podría continuar así un buen rato y podría citar mil y una ocasiones en que he dicho, o he escuchado decir, lo importante que es sostener la energía. Y, aún así, aún no había llegado al fondo de mi entendimiento el significado del verbo ‘sostener’. Quizás sea porque los significados profundos hay que estar muy alerta para comprenderlos, o tal vez porque estamos tan deslumbrados por el brillo que perdemos de vista que la luz está compuesta de millones de pequeñas partículas, y que ese brillo que nosotros podemos ver está “sostenido” por muchísimos fotones que saben en sí mismos de su particular importancia, pero no sienten la necesidad de reclamar todos los focos de atención sobre ellos.

Hoy quiero hacer un llamamiento sobre la importancia de sostener, de saber sostener de forma consciente en esta sociedad en la que cada individuo que la conforma quiere ser punta de pirámide, porque es así como estamos conformados: un individuo sobresaliendo sobre muchos más que son oprimidos y ocultados para auparle a esa cima, de manera que, en vez de sostener la energía, soportan ese peso.

Yo quiero hablar de ser hilo de red, un hilo brillante que se mezcla con otros hilos brillantes y que no reclama mayor importancia o protagonismo que los demás, una red por la que cada uno de nosotros seamos sostenidos. Si uno de esos hilos brillantes se afloja o desaparece, la red es menos densa, más floja, menos fuerte. Quiero llamar la atención sobre la diferencia entre la red y la pirámide, y es que en la red todos son igual de importantes, no hay escalas, ni estratos, ni peldaños, ni niveles.

Se nos habla mucho de individualismo, de realización, de cumplir nuestros sueños, de pensar en nosotros mismos, de ser productivos… Como veis, cada una de estas cosas habla de acción, mucha acción. Porque lo importante es accionar y deslumbrar con nuestro éxito a todos los que nos rodean. Estamos tan deseosos de ser vistos y de ser importantes que sólo buscamos ser punta de pirámide y ya no queremos ser hilo de red.

Una de las mayores carencias que veo en mi trabajo como terapeuta es la escasez de cuidado. Queremos que nos cuiden, pero no queremos cuidar. Porque cuidar requiere dar un paso atrás en nuestras necesidades y hacer visibles las necesidades de aquellos que nos rodean y a los que decimos amar. ¡Cuidado!, no digo que te olvides de ti y que no te cuides. No. Sólo digo que como sociedad se nos está olvidando sostener porque alguien que sostiene no llama la atención y es invisible socialmente.

A veces otras personas nos necesitan a tiempo completo para que les sostengamos, y entonces, ¿qué ocurre? Pues que dejamos de ser productivos, eficientes, competitivos. Dejamos de ser elementos que compiten por auparse sobre la energía de otros al siguiente escalón. Nos convertimos en hilo de red, en un brillante hilo conductor de luz y energía que forma parte de un hermoso entramado luminoso que sostiene a alguien que en este momento necesita nuestra ayuda y atención y que, sin nuestro apoyo y nuestra energía, seguramente caería al abismo. Hermoso papel, ¿verdad?

‘Sostener’ es un hermoso verbo. Una acción que en nuestras creencias puede parecer que forma parte de la no acción, pues suele realizarse dentro de los límites de nuestra intimidad, con discreción. No obstante, a pesar de su belleza intrínseca, cada vez menos personas se identifican con este infinitivo.

Querida tribu, vuelvo a incitaros a la rebelión. Sólo alguien con mucha luz y mucha energía puede sostener y quedarse ahí mientras sea necesario, limitándose a ser, para que otra persona pueda descansar y apoyarse en tu energía sin miedo a caer hasta que pueda sostenerse por sí misma.

Y a la pregunta ‘¿y tú qué haces?’. Mi respuesta es: Yo, SOSTENER.

Y tú, ¿quieres ser hilo brillante o punta de pirámide?

VIVE SIN PEDIR PERMISO

Hoy quiero escribir para hacer una llamada a la insumisión vital. Quiero hacer una llamada al mundo en general para que cada uno haga lo que crea que debe hacer sin pedir permiso, así sin más.

En estas últimas semanas varias personas me habéis llamado por teléfono, o me habéis visitado en casa, quejándoos amargamente de cómo las personas que os rodean, las que se supone que más os aman y, por lo tanto, las que más tienen que apoyaros…, no os apoyan o no os animan o, en el caso de tener pareja, no os dan su permiso…

Cada una me contáis muy indignadas vuestro caso: “¡Es tremendo!, ¿cómo pueden no apoyarme?”, “Contaba con que me comprendiese”, “Quiero cumplir mi sueño, ¿es tan difícil de entenderlo?”, “¡¡¡No me deja que vuelva a estudiar!!!”… Bueno, podría seguir enumerando, pero creo que ha quedado claro lo que me queríais transmitir. Mi respuesta para todas vosotras ha sido muy parecida y de vuestras conversaciones ha salido este pequeño artículo. Parece un mal endémico del ser humano la búsqueda perpetua de permiso para cualquier cosa que queremos hacer, y este mal parece acentuarse si el ser humano pertenece al género femenino.

Así que hoy escribo para ti, querido ser humano que quieres: hacerte un tatuaje en algún lugar de tu cuerpo o no hacértelo, tener un hijo o no tenerlo, darle de mamar a tu hijo o criarlo con biberón, comprar un perro o adoptarlo, cambiar tu lugar de residencia o seguir dónde estás, echarte novia o no, salir con ese chico o no, cortarte el pelo o dejarlo largo, teñirte de rosa el cabello o quizás de verde, dejar periodismo y convertirte en modelo, irte a vivir un año al Amazonas, viajar por Groenlandia en bermudas, volar en parapente, explorar las fuentes del Nilo, meditar en un monasterio del Tibet, ir a hacer voluntariado con una ONG a una aldea perdida de África, volver a estudiar con 50 años, aprender un idioma con 60 años, darle un giro a tu vida y ponerla patas arriba, alquilar un barco navegar al centro de un lago y anclarlo allí para pasarte un mes durmiendo de día y mirando las estrellas de noche, dejarte la barba o afeitártela, depilarte o no, escalar una montaña o bajar a un valle, cocinar o comprar congelados…, en fin, podría seguir así por tiempo infinito.

Nadie tiene derecho a decirte lo que tienes que hacer con tu vida. Otra cosa es que nos sintamos obligados a dar nuestra opinión sobre todo y que, cuando alguien hace algo que se sale de nuestras creencias, pensemos que tenemos que reconvenirle igual que si fuese un niño pequeño.

Si eres mayor de edad (y económicamente independiente) tus decisiones sólo te atañen a ti. Toma conciencia de que tendrás que vivir con ellas el resto de tu vida y que cada decisión que tomas tiene unas consecuencias. Y si tomando todo esto en cuenta sigues queriendo hacerlo, pues ADELANTE, no necesitas el permiso de nadie, sólo el tuyo propio. Sólo necesitas estar convencida de que lo que haces es correcto. Piensa que si dependes tanto del “permiso” de los que te rodean quizás lo que ocurra es que estés buscando una excusa para no hacerlo y quieras derivar responsabilidades…

¿Eres adulta?, ¿sabes lo que quieres?, ¿estás segura de ello?, ¿estás dispuesta a afrontar las responsabilidades que de esa decisión se deriven?, ¿eres independiente?

Si la respuesta a todas esas preguntas es “sí”, ya está, puedes hacerlo, no necesitas el permiso de nadie. Haz lo que te haga feliz, persigue tus sueños, y si en esa persecución te arañas las rodillas, recuerda que tú decidiste este camino. No entregues a los demás el poder y la responsabilidad de dirigir tu vida. Y si intentan detentar ese poder, es muy simple: no les dejes.

Así pues, queridos seres humanos que me leéis, os llamo a la insumisión vital. Os llamo a hacer lo que os haga felices sin pedir permiso. Y cuando una persona cercana os comente algo nuevo y loco que quiere hacer, recordad, no necesita vuestro permiso (aunque es lícito dar vuestra opinión, sin rencores…, que somos adultos y podemos encajar una opinión en contra). A la hora de la verdad todos los que te aman te apoyarán.

¡¡¡Que seáis felices, queridos insumisos vitales!!!

APRENDE A VALORARTE

Desde el momento en que tomamos conciencia de esta vida se nos empieza a programar: se nos compara si nacimos más altos, con más peso, más tranquilos, más demandantes, más guapas o guapos según los cánones establecidos… Según vamos creciendo la programación sigue: si comenzamos antes a caminar, si hablamos, si no hablamos, si sonreímos, si no sonreímos… Cuando comenzamos a ir al colegio se mide nuestra capacidad de complacer a un sistema obsoleto, a través de unos baremos que terminan en notificaciones que reciben nuestros padres y que miden nuestras capacidades, repito, ¿¿¿nuestras capacidades???

Si nuestro interés por cumplir esos objetivos resulta ser poco o ninguno, saltan todas las alarmas. Y nuestros pobres padres comenzarán a decirnos que si no rellenamos esas figuritas de colores no seremos nadie en la vida y que no valdremos para nada. Y así, según vamos creciendo vamos buscando certificar lo que valemos, titular lo que valemos, demostrar lo que valemos.

Porque está claro que si TÚ no tienes una pared llena de títulos, no vales nada. Y si tu experiencia no está certificada, no vale para nada. Y si no has demostrado ante un tribunal lo que sabes hacer con un maravilloso y bien presentado proyecto, es que no vales nada…

Veréis, mi opinión es que cada ser humano que habita este mundo nace con un valor esencial intrínseco incalculable, que no necesita un certificado, ni un título, ni un experto, ni un tribunal, ni nada de eso para aportar valor, que es muy importante que cada uno de los seres adultos de este planeta interioricemos que nuestro valor esencial es algo innato en nosotros y, de esta manera, todos nuestros niños lo respirarán, lo vivirán y sabrán que son seres valiosos. Fijaos que no digo ‘importantes’, sino ‘valiosos’. Las personas que están seguras de su valor ya saben que son importantes y ya saben que no tienen que hacer nada más que existir para “valer”.

Cuidado, no quiero decir que no haya que estudiar o prepararse, no. Lo que quiero decir es:

1. Querido ser humano que me lees, viniste a este mundo a aportar un gran valor que ya está dentro de ti y quiero que lo sepas.

2. Ahora que estás informado de este detalle quiero decirte también que cualquier camino que quieras escoger para mejorar esta sociedad, para experimentarte o para crecer como persona, es perfecto y maravilloso.

3. Nadie es mejor que tú por haber conseguido más títulos universitarios o certificados terrenales (véase punto 1). Recuerda que tú naciste con un valor esencial que elegiste traer a este mundo y cómo lo manifiestas aquí es algo que tú decides.

4. Todas las profesiones son importantes y todas las personas que trabajan dignamente para crear un mundo un poco mejor están manifestando el valor esencial que vinieron a traer a este mundo.

Así que da igual si lo que haces está mejor pagado o no, da igual si lo que haces está mejor considerado socialmente o no, da igual que seas médica o seas el señor que conduce el autobús, seas técnico de luces, entrenadora de pilates o cocinero de un colegio…, eso es lo que “haces” y sólo define aquel trabajo con el que has decidido vivir en esta sociedad. Pero TU valor, querida lectora, tu valor esencial es lo que tú eres y eso, querido ser humano, está en todos nosotros. Ni mejor ni peor, ni mayor ni menor, está en cada uno de nosotros por el hecho de haber nacido.

Hoy escribo esto porque me gustaría un mundo en el que cada persona estuviese segura de su valor, en el que nadie tuviese que malgastar su energía demostrando lo que es, certificando su validez, titulando lo que vale. Quizás en un mundo así nuestros niños y niñas serían validados  automáticamente por unos adultos seguros de sí mismos, que no tienen que estar cada momento de cada día buscándose en sitios donde no se encuentran, intentando averiguar quién son o esperando que alguien les diga cuánto valen. Un mundo en el que cada ser humano sepa que sólo por existir ya aporta, independientemente de lo que haga.

Todo lo que está vivo tiene valor. Esto también se aplica a ti que lees esto, sea cual sea tu circunstancia.

“Tú ya eres, ese es tu valor. Y lo que vienes a traer al mundo se manifestará siempre que estés conectada con tu valor esencial y bien segura de él”.

VÍCTIMA DE TU PROPIA FORTALEZA

Tú eres muy fuerte”, esta frase lapidaria ha creado más cargas y corazas emocionales de las que podamos imaginar.

“Porque tú eres fuerte”, “puedes con lo que te echen”, “me gustaría ser tan fuerte como tú”, “tienes tanta fuerza, no te agobias por nada”, y así un largo etcétera…, y tú te lo crees y asumes ese papel de persona fuerte. Bueno, es cierto que eres fuerte y eso está bien, sólo que comienzas a adoptar el papel que se supone tienen que hacer los fuertes y es ahí donde comienzas a caer en la trampa.

Los fuertes no lloran, aunque sí que prestan su hombro para que los demás lloren en él. Los fuertes no se lamentan, pero escuchan los lamentos de los demás. Los fuertes se gestionan sus propios problemas, como tienen taaanta energía no necesitan ayuda de nadie, pero ayudan a los demás a solucionar sus problemas porque tienen muchos recursos y siempre saben qué hacer. Los fuertes son los que tienen que tomar las decisiones porque “ya quisiera yo ser como tú, que siempre lo tienes tan claro”. Los fuertes son el rompeolas de los menos fuertes, la muralla detrás de la cual todos quieren estar, esa protección segura, esos cuidadores ideales que siempre hacen lo que tienen que hacer sin quejarse y que, sea cual sea la tarea, siempre están dispuestos a hacerla; esa energía protectora que hace sentir a los demás que todo irá bien. Y en todo este patrón no escrito de comportamiento que encierra la palabra “fuerte”, se da por supuesto que el fuerte no necesita a nadie…

Bien, pues es cierto que estas personas existen, pero os voy a contar un pequeño secreto: son humanos. Y, por lo tanto, también tienen miedos y momentos de indecisión.

Y es que tenéis derecho a tenerlos y merecéis que los que os rodean os ayuden. Esos momentos duros no tenéis que vivirlos solos. Os está permitido lamentaros, sin caer en el victimismo, claro está. A veces es necesario dejar correr las lágrimas por la cara porque sí, y eso no os hace débiles, tan sólo humanos. Y merecéis que alguien os abrace y os diga que todo irá bien. Y también que otra persona organice las vacaciones, o la cena, o saque las entradas, o se ocupe de conducir…, eso no os convierte en vagos, ni en dependientes. Todos agradecemos dejarnos llevar de vez en cuando. Los cuidadores también necesitan cuidados, y dar por hecho que se cuidan solos es cuando menos un poco egoísta.

“Como eres fuerte, no necesitas a nadie”. ¡Qué mentira tan grande y cuánto dolor ha generado esta creencia! El fuerte está para todos y a la hora de la verdad se encuentra solo. Qué errados estamos. Y lo peor de esto es que de verdad la persona se convence de que tiene que ser así y se traga las lágrimas y los lamentos, no pide un abrazo y da sin descanso, hasta que en algún momento ya no puede más y se derrumba. Y entonces nadie se explica qué puede haberle pasado, ¡con lo fuerte que parecía!

La fuerza hunde sus profundas raíces en la capacidad de amar y entregarse a los demás. Suele ir acompañada de una profunda empatía y, con el tiempo, si no sabemos reconocer nuestra propia debilidad como parte de nuestra fuerza, se puede convertir en el cerrojo que cierra nuestra personal trampa emocional.

Todos saben que eres fuerte, pero deja que te ayuden. Solicita que te escuchen. Deja que te acaricien. Recuerda que los demás pueden tomar la iniciativa, no tienes porque ir tirando siempre de ellos. Es contraproducente para su crecimiento como personas y tú te agotas.

Los fuertes también lloran, así que no retengas tus lágrimas. Expresa tus decepciones y saca tus emociones. Porque ser fuerte no significa ser insensible, sólo indica que tienes la capacidad de resolver y enfrentar aquello que la vida te pone delante.

No dejes que tu fortaleza te convierta en su víctima emocional. Todos tenemos dones que ofrecemos a los demás. Si sabemos gestionarlos sin convertirnos en sus esclavos entonces será cuando estemos entregándonos de forma correcta.

Queridos fuertes, estáis aquí para mostrar a los demás su fortaleza, no para ser implacables.

Hasta la próxima, querida tribu.

NO ME DIGAS QUIÉN SOY

No me digas quién soy, no me definas,

no marques mi valor, ni mi apariencia.

No me digas que virgen soy más hermosa,

no pongas un precio a mi inocencia.

No me digas quién soy, no me persigas,

queriendo transmitir que soy:

una sombra, una posesión, una apariencia.

No me digas quién soy, no entro en tu caja,

no me acoplo a ese ideal que tú inventaste.

No me digas quién soy, para así creer tener derecho

a entregar mi cuerpo infantil al “monstruo” que devora niñas.

No me digas quién soy, no eres mi dueño, no me posees,

y en tu corazón sabes que mutilarme no es tu derecho,

que la sangre que se desliza por mi pierna me pertenece,

que la carne mutilada ha sido un robo.

No me digas quién soy, no voy a tu diestra un paso por detrás de ti,

no guardo tu espalda, no te hago grande a ti mientras yo no soy.

Estás a mi lado y yo al tuyo, pero nunca te necesité para definirme.

Yo te diré quién soy:

Yo soy la primera mujer que se puso pantalones,

yo soy tu compañera de trabajo,

yo soy la empleada de fábrica reclamando sus derechos al patrón, la que hizo huelga a tu lado por un mundo más justo,

yo soy la primera mujer que entró a una facultad de ingeniería y le hicieron pasillo,

yo soy la mujer que limpia tu casa por horas,

yo soy la primera mujer que investigó las partículas,

yo soy la mujer que educa a tus hijos e hijas en el colegio,

yo soy la primera mujer que se enamoró de otra mujer y la besó,

yo soy la mujer que guardó la sabiduría ancestral y la usó para sanarte,

yo soy la mujer que tuvo que firmar sus libros con nombre de varón,

yo  soy la mujer que murió quemada por ayudar a otras mujeres a vivir y a traer sus hijos al mundo,

yo soy la mujer que cada día avanza un paso más en el camino,

yo soy la mujer que puede y quiere decidir sobre su vida y cómo vivirla.

Yo he sido mil veces destrozada, quemada y reducida a cenizas, y he vuelto a reconstruirme, he vuelto a SER cuál ave fénix femenina.

Por eso no quiero que me definas, ni que me digas quién soy,

no quiero que me impongas tus miedos ni tus limitaciones.

Es tiempo de brillar, y hoy quiero dedicar estas palabras a mi madre, a mi abuela, a mi bisabuela, a todas mis antecesoras hasta llegar a Eva, a mi hermana, a mi hija, a mi nieta y a todas mis sucesoras hasta llegar al infinito.

Todas unidas hacia delante, ni un paso atrás, hermanas.

NI UN PASO ATRÁS.

FAST FOOD LIFE

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Hace tiempo que deseaba hablaros de este tema, aunque en realidad no sabía cómo enfocarlo. No siempre resulta fácil sacar fuera de una forma ordenada todo eso que anda por ahí dentro de nuestra cabeza, ¿verdad?

Fue el otro día paseándome por Facebook que leí un comentario que me llamó la atención: “somos unos tragones”. Este comentario iba aplicado en otro contexto pero, como nos pasa a casi todos, los mensajes nos llegan si tienen algo que decirnos. Si no, pasamos olímpicamente, no es para nosotros. Y además, por supuesto, hacemos la interpretación que nos es propicia con respecto al momento que estamos viviendo o lo que estamos pensando. En fin, que el mismo mensaje dirá unas cosas u otras  dependiendo de quién lo oiga y de su momento. Eso me pasó a mí, me dio la clave para comenzar a darle forma a este nuevo post.

Vivimos una vida cada vez más rápida. Queremos todo y lo queremos ya: información y más información, cursos, comodidades, lujos, comida, tecnologías que nos mantienen entretenidos, máquinas que hacen las cosas por nosotros, que nos facilitan la vida (o eso nos dicen) y también nos hacen ganar o ahorrar tiempo, ser más rápidos y efectivos, más competitivos, llegar más alto, incluso hace poco leí que había bebés de “alta demanda”. En fin, queremos que todo sea más: más grande, más rápido, más satisfactorio, más efectivo, etc. Lógicamente esto está desembocando en que grandes segmentos de población padezcan unas tasas de estrés insoportables. Las personas no duermen, no comen, no hablan (me refiero a sentarse a charlar, no a chatear). Tienen que ahorrar tiempo, aunque exactamente no sé dónde va ese tiempo… Necesitamos hacer todo deprisa. Queremos acelerarlo todo: vivimos deprisa, nos «tragamos” el día a día. Decía Louise Hay: “tal como vives tu día a día, vives tu vida”. Es así, estamos viviendo una versión “fast food” de la vida. No somos conscientes de lo que comemos o de lo que vivimos, porque vamos apresuradamente consumiendo alimentos, vida, información, recursos. No queremos respetar los tiempos de siembra, crecimiento, floración, maduración. Queremos algo y lo queremos “YA”, en este momento, rápidamente. Tenemos que ahorrar tiempo para hacer todo lo que queremos. Cada vez más cantidad, cada vez más rápido. Queremos conseguirlo y pasar a lo siguiente.

Es por eso, imagino, que se han hecho tan populares las guías y listas de técnicas que te ayudan a conseguir rápidamente y sin apenas esfuerzo todo eso que deseas en tu vida: «las 5 claves para ser feliz», «los 5 pasos para saber si tu pareja es la perfecta», «los 4 pasos que debes dar para crecer espiritualmente», «las 7 claves del éxito», «cómo atraer la abundancia y hacerte millonario», «cómo tener un cuerpo perfecto y saludable en un mes», «todo lo que debes hacer para que tu satisfacción personal aumente»…, en fin, podemos seguir así el tiempo que queramos, pero no creo que sea necesario abundar más en el tema. Queremos la fórmula mágica y definitiva, convenientemente compactada en dosis manejables y en formato para llevar de forma que podamos adquirirla, pagarla, consumirla y olvidarnos para poder así pasar a otro tema.

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Hasta aquí todo bien. Al final todo es respetable: cada uno elige como vivir su vida o como “gastarla”, como también dicen muchos. Es sólo que, si lo que pretendemos es una mayor presencia de felicidad en nuestras vidas (y para eso antes tenemos que pensar y averiguar qué nos hace felices), eso nos requiere una dedicación, un tiempo, una pensada, vamos, ¿cómo lo haremos? ¡Ah, bueno, que tengo por ahí un tiempo ahorrado que no me acordaba!

Tenemos un día, o quince, o una semana al año ahorrados para ser felices. O eso nos dicen, porque luego después, puede que se frustren nuestras esperanzas porque esos días no son lo que esperábamos, surgen imprevistos que arruinan nuestros planes o bien no nos podemos permitir ese crucero que, seguro seguro, nos aportaría la felicidad soñada…

También hemos podido ahorrar algo de tiempo para ir a algún taller vivencial en el que se hacen meditaciones que garantizan el cambio en el instante, sin casi ningún esfuerzo por nuestra parte y con garantías de resultados óptimos. Sólo una reflexión por mi parte: si sólo somos felices algunos días, el resto del tiempo, ¿qué pasa?… Fast food life. ¿Es que sólo podemos ser felices en ese tiempo supuestamente ahorrado?

¿Y QUÉ ES PARA MÍ SER FELIZ? Esta pregunta os la dejo, pues a todos no nos hacen felices las mismas cosas, ¿o sí? Cada cual que piense y elija su respuesta.

El día a día no es fácil en nuestra sociedad. Demasiadas cargas sobre las personas, ahogadas por el estrés y la presión de las obligaciones. Con estas pocas palabras yo os invito a hacer una pequeña reflexión y abrir un pequeño espacio cada día en el que parar, inspirar, sentir la calidez del sol, pensar o dejar de hacerlo, escuchar o leer un poema, besar a tu pareja lento lento, charlar con tu amiga delante de un café o de una fuente o en medio de una plaza…

Os exhorto a crear un espacio en vuestro día a día para la placidez y la lentitud, para el disfrute y la toma de conciencia, sin esperar nada de ese momento. Simple y llanamente dedicar unos minutos cada día a saborear que estoy vivo y a tomar conciencia de que ser feliz es esto: SER CONSCIENTE, sin pastillas, sin prisas, sin presión. Sólo respirar la vida durante unos instantes y luego seguir, sin necesidad de ahorrar tiempo. Sólo tomar conciencia que la vida es cada instante, cada minuto, cada día, y “tomarnos nuestro tiempo para vivirla, en vez de tragarnos la vida”.

Os invito al pleno disfrute de vuestra vida. Os invito a disfrutar la vida cocinada a fuego lento, sin más FAST FOOD LIFE.

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